La
Ciudad del Hombre, una Eterna Lucha Contra el
Mal
Por
Rosalinda Zuarth Herrera
Expertos
de Italia y Colombia participaron en el tema “La
Ciudad del Hombre”, el segundo panel celebrado
en el marco de actividades del Foro Internacional
Fe y Ciencia, que por tercera ocasión celebra
la Universidad Autónoma de Guadalajara
(UAG), esta ocasión bajo el tema “La
Barca y las Tempestades”.
La
primera intervención estuvo a cargo del
italiano R.P. Julio María, que presentó
el “esquema de la descristianización
de la sociedad temporal” mostrando claramente
la evolución de la religión católica;
indicando que “en el curso de estos últimos
siglos se ha intentado la disgregación
intelectual, moral y social de la unidad en el
organismo misterioso de Cristo.
Quisieron
la naturaleza sin la gracia, la razón sin
la fe, la libertad sin la autoridad y alguna vez
también la autoridad sin la libertad. Este
“enemigo se ha hecho cada vez más
concreto, con una audacia que nos deja sorprendidos:
Cristo sí, la iglesia no. Después:
Dios sí, Cristo no. Y en fin, el grito
impío: Dios ha muerto; o más bien
Dios nunca ha existido. He aquí la tentación
de edificar la estructura del mundo sobre unos
cimientos, que nosotros sin ninguna incitación
señalamos con el dedo como los principales
responsables de la amenaza que pesa sobre la humanidad:
una economía sin Dios, un derecho sin Dios,
una política sin Dios”, agregó.
Por
otra parte, describió que se debe continuar
y comprender lo que está pasando en el
mundo y en la Iglesia, porque el día que
se deje de hacerlo, la sociedad se va a perder.
El
problema doctrinal es la verdad objetiva con todas
sus consecuencias religiosas políticas,
sociales y económicas o el relativismo
con todas sus consecuencias religiosas, políticas,
sociales y económicas.
Por
ello preguntó ¿existe una vía
intermedia?, señalando algunos puntos importantes
como la encarnación de Nuestro Señor
y la cristianización del mundo después
de las tinieblas del mundo pre-cristiano, fruto
del pecado original, se levantó la admirable
civilización católica de la edad
media: el sacro imperio romano. Fue la encarnación
religiosa, política social y económica
de la verdad objetiva: Dios Nuestro Señor,
su Iglesia católica, su orden social, esto
fue, es y quedará en el programa político
católico.
También
la historia de los últimos seis siglos
es la prueba de que sin Cristo nada se puede hacer.
Lo que nos importa, continuó, es defender
nuestra civilización en contra del mundialismo,
modernismo, islamismo, nuestra cultura, nuestra
Fe católica de siempre y por esto denunciamos
y reprobamos al modernista que quiere destruir
la Iglesia.
Además
de empezar la cruzada del Rosario, porque la promesa
ya ha sido hecha en Fátima “al final
mi Corazón Inmaculado triunfará”.
Cristalicémonos entonces de la Virgen.
Quédense lejos de los modernistas y átense
a la Virgen del Rosario, puntualizó.
La moral y sus efectos
En
su participación dentro de este panel,
el R.P. Rafael Navas, especialista colombiano
en este tema, expresó que la ley moral
es necesaria para guiar la actividad humana, por
lo que una ley moral verdadera debe estar fincada
en una religión verdadera.
Desde
la creación del hombre existe la ley moral
basada en la ley natural y está impresa
en su corazón, agregó. El pecado
hizo necesario que existiera la revelación
que le indicara al hombre la ley moral. Lo hizo
en el Sinaí, en que Dios establece el orden
en las tablas de la Ley “Sus Diez Mandamientos”.
El Creador estableció una garantía
segura y firme en la tierra, el magisterio de
la Iglesia fundada por Cristo, Hijo de Dios.
Hoy,
continuó el Reverendo, los deberes para
con Dios y para con el prójimo han sido
descartados, “ya no se santifican las fiestas,
se destruye a la familia, se destruye el concepto
de filiación y de paternidad; se trastoca
el orden natural que es reflejo del orden sobrenatural”,
enfatizó.
Además,
el Padre Navas aseguró que se visualiza
en el horizonte lo que dijo San Agustín,
“los pecados públicos destruirán
la sociedad”.
Concluyendo
su participación el religioso comentó
que la solución ya se dio en Fátima,
donde el Papa, en unión con los Obispos,
consagre en forma solemne a Rusia al Corazón
Inmaculado de María.
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