RELATORIA
Fecha:
2/Octubre/2003 Hora: 10:00 – 11:45
Tema: Conferencia Magistral: ¿Hay
un nuevo orden filosófico?
Expositor: Dr. Juan Antonio Widow Antoncich
Relatores: Dr. Ricardo Miguel Flores Cantú,
Dr. Jorge Fernando Sánchez Cú |
Lo
nuevo ha gozado siempre de poderes seductores.
También en filosofía.
El
problema está en que la mayoría
de las novedades ya no lo son al día siguiente,
y que estar pendiente de ellas obliga a una gimnasia
mental agotadora y que no da absolutamente ningún
fruto.
Pero hay novedades que permanecen: la condición
es que se presenten no sólo como algo distinto
a lo que ya se sabía, sino como aquello
que, por razón de su intrínseco
valor, trasciende lo meramente temporal.
Aquello que es perfecto es nuevo porque es inagotable:
siempre es posible allí un nuevo descubrimiento.
Podemos, por tanto, improvisar por el momento
una respuesta a la pregunta inicial: sí,
hay una nueva filosofía, la cual es muy
antigua.
II
Es
la sabiduría lo que busca el filósofo,
y ella consiste, en palabras de Aristóteles,
en “saberlo todo en la medida de lo posible,
sin tener ciencia de cada cosa en particular”.
Es decir, que lo se busca es entender, y el objeto
del acto de la inteligencia es todo.
El conocer es la mayor perfección a la
cual puede aspirar una creatura. Dice Tomás
de Aquino que la perfección que corresponde
a cada cosa según su especie o naturaleza
es siempre limitada, porque excluye la perfección
propia de las demás cosas. La última
perfección a la cual puede alcanzar el
alma, según los filósofos, es que
en ella se describa todo el orden del universo
y sus causas; con lo cual identificaron también
el último fin del hombre, fin que, según
nosotros, se dará en la visión de
Dios.
Se
trata de la perfección del sujeto por el
acto de conocimiento, y el conocimiento es necesariamente
de algo, es decir que no es un estado interior
o una mera afección, sino un acto especificado
por aquello que se conoce, lo cual de este modo
se hace presente al sujeto como su objeto. El
conocimiento es por su propia naturaleza objetivo.
III
Es el saber que se elige por sí mismo,
y no en razón de utilidad: en otras palabras,
es el saber más inútil, precisamente
porque vale por sí mismo, y no por otra
cosa para la cual sirva; como el saber construir
vale sólo en la medida en que sea un bien
tener algo construido, o el saber cocinar sólo
en la medida en que haya necesidad de comer. Lo
cual significa que es la filosofía la que
examina principios y señala fines, y que
todas las otras ciencias reciben de ella la definición
de sus propios fundamentos.
No
se trata, como dice la barbarie actual, de “hacer
filosofía” –son otras las cosas
que se hacen-, sino de saber, y de saber con verdad.
Se trata de aprender a ser inteligente.
Esta disciplina tiene en su base algo trivial,
requisito para todo hombre que quiera ejercer
como persona inteligente, y que en razón
de esto ha constituido por siglos la base de lo
que en la civilización de Occidente ha
sido llamado educación secundaria. Es aquello
que los antiguos llamaron el trivium, o lo que
también se llamó humanidades. Las
tres disciplinas –de ahí el nombre-
que han conformado esta etapa fundamental en la
educación de la inteligencia, son la dialéctica,
la retórica y la gramática.
Esto no era aún filosofía. Es más
elemental que la filosofía. Pero, por lo
mismo, es una puerta de entrada a ella absolutamente
indispensable.
IV
La
definición clásica de verdad, asumida
como la más precisa por Tomás de
Aquino, la expresa como la adecuación de
la cosa y el intelecto. Agustín decía:
No quieras ir fuera; vuélvete a ti mismo;
en el hombre interior habita la verdad.
La
verdad está en nuestros entendimientos,
y se trata de descubrirla: pero no se identifica
con nuestros entendimientos, está en ellos
por participación, como la figura visible
en el espejo. Por consiguiente, conocer la verdad
exige trascenderse a sí mismo, para reconocerla
en su origen. Esta búsqueda de la verdad
en su origen es la tarea del filósofo,
cuya finalidad no es la de registrar la multitud
de verdades particulares, sino descubrir la Verdad
por la cual ellas son verdades.
La
pregunta que Pilatos le hace a Nuestro Señor:
¿y qué es la verdad?, en cierto
modo representaba a todo el mundo antiguo, a todos
sus sabios. Es una pregunta que no brota de una
actitud escéptica, sino de una tiniebla.
La Revelación del Verbo encarnado como
la Verdad es lo que abre las inteligencias, es
el relámpago que en un instante muestra
las formas nítidas de todo aquello que
el ojo enfermo no podía ver. “Yo
soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene
al Padre sino por mi”. Por cierto, esto
es Revelación, y no filosofía, en
el sentido más limitado –sólo
conocimiento por la razón natural- en que
la entendemos ahora nosotros. Pero nadie puede
desconocer que al revelarse Cristo como la verdad,
señala con absoluta certeza que Él
es el fin de toda sabiduría, y que, por
tanto, aquella que le ignore no es sabiduría.
Si la vida natural del hombre está elevada
al orden sobrenatural por la gracia –la
cual no destruye la naturaleza, sino que la perfecciona-,
también lo está la inteligencia
y la filosofía.
V
En
la filosofía actual el hombre es una cosa
que produce otras cosas. Es una especie de robot
de contextura muy refinada, cuya función
es producir y consumir. No es posible concebirlo
como un sujeto que tenga dominio sobre sus actos
y que sea causa propia de su conducta: la inteligencia
es una prolongación de los sentidos y cumple
en el hombre la función que éstos
tienen en el animal, la de adaptarlo al medio.
La voluntad, por lo mismo, es un instinto agudizado
y capaz de retroalimentarse.
Esta concepción determinista del hombre,
ser sin ninguna trascendencia, está en
la base de lo que se llama hoy liberalismo: Todos
controlamos y somos controlados. El control va
siendo más eficaz, a medida que aumenta
el nivel de análisis de la conducta humana.
Lo
que hace el liberalismo se convierte en el peor
instrumento de opresión aplicado a la vida
de los hombres. El GULAG liberal es mucho peor
que el soviético, pues sus alambradas y
sus guardias no se ven, y se instalan en el mismo
espíritu de los hombres, quienes a cambio
de la posibilidad siempre abierta de satisfacer
sus gustos concurriendo a un mercado, aceptan
que al bien se le llame mal y al mal bien.
Por cierto, hay en nuestros días muchos
profesores que se dicen de filosofía; hay
cátedras, congresos, publicaciones como
nunca antes. Pero la situación actual de
la inteligencia humana es desoladora. No existe
una verdadera autocrítica, ni siquiera
existe vergüenza. El enrarecimiento del aire
espiritual no es ahora un fenómeno particular
y localizado, como lo fue en Atenas después
de la crisis de la guerra del Peloponeso. Es,
por el contrario, un fenómeno universal:
es la anti-inteligencia, que se difunde como nube
tóxica al compás de la globalización.
¡Ojalá
lo nuevo tuviese siquiera la pretensión
de ser una filosofía! ¡O de ser un
orden! Es el desorden o la anarquía organizados.
Es un mundo en el que no se puede matar a un perro,
pero sí a determinada clase de personas.
VI
Nadie
puede quitarnos la libertad interior si nosotros
no renunciamos a ella. Es posible, si hay voluntad
para ello, buscar la sabiduría como la
buscaron nuestros antiguos maestros. El acceso
a ella está siempre abierto: los impedimentos
están puestos por los hombres.
Lo cual significa que existe un orden filosófico,
uno sólo, que es aquel cuyo fin es el conocimiento
de la verdad. De la verdad, en singular.
Eugenio d’Ors ha escrito: “copiará
fatalmente quien no supo heredar. Todo lo que
no es tradición es plagio”. Traditio
viene de tradere, que significa entregar: la tradición
es la entrega que nuestros antepasados nos hacen
de lo que ellos ganaron y cultivaron, para que
nosotros, a nuestra vez, lo cultivemos y lo hagamos
fructificar. No hay herencia, sobre todo en este
orden de las cosas del espíritu, si no
media el esfuerzo por hacer propio lo que nos
entregan: en esto consiste el saber heredar.
Aprender
a entender implica una necesaria aproximación
vital a la persona del maestro, pues no es sólo
la lógica interna de su doctrina lo que
hay que captar, sino que también hay que
lograr la sintonía afectiva propia de un
común amor por la verdad. Lo cual no se
logra mediante la reducción de la filosofía
del maestro a esquemas, aunque éstos, sin
duda, puedan tener en algún momento utilidad
didáctica.
La explicación última de la desoladora
situación actual de la filosofía
es, sin duda, la falta de amor a la verdad.
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