RELATORIA

 

Fecha: 3/Octubre/2003 Hora: 16:00-17:40
Tema: Conferencia Magistral: “Principios de la Moral Cristiana”
Expositor: R.P. Luis González Guerrico
Relatores: Ing. Ignacio C. Sánchez Ramírez, Dr. Mauricio Alcocer Ruthling


Vivimos una época de profundos desórdenes morales. Como ejemplo están los gravísimos atentados contra la vida, la corrupción de costumbres, la exaltación inmoderada del sexo, con el concurso de los medios de comunicación social y de los espectáculos. Tal corrupción ha llegado a invadir y a infectar la mentalidad de los hombres de hoy; la prepotencia de la guerra preventiva y otros afligentes males de este comienzo del tercer milenio nos permite afirmar que es el nuestro, moralmente hablando, un “mundo en pedazos”.

Este estado de cosas se explica de múltiples maneras. Una de ellas es atender a la relación entre la doctrina ética, su fundamento y la conducta moral.

Podemos explicarnos esta preponderancia de las tinieblas del error teniendo presente el dogma del pecado original que todos los hombres heredamos de Adán.

El Papa Juan Pablo II advierte sobre la necesidad de reafirmar el patrimonio moral tradicional de la Iglesia:
“Hoy se hace necesario reflexionar sobre el conjunto de la enseñanza moral de la Iglesia, con el fin preciso de recordar algunas verdades fundamentales de la doctrina católica, que en el contexto actual corren el riesgo de ser deformadas o negadas[...]”.

Así se personifica un curioso tipo de católico postmoderno, que afirma “yo soy católico pero no estoy de acuerdo con lo que piensa la Iglesia sobre....la contracepción....sobre el aborto en algunos casos,...sobre la ingerencia en cuestiones económicas de la doctrina social de la Iglesia, etc.”.

Dice nuevamente el Papa: “Está también difundida, la opinión que pone en duda el nexo intrínseco e indivisible entre fe y moral, como si sólo en relación con la fe se debieran decidir la pertenencia a la Iglesia y su unidad interna, mientras que se podría tolerar en el ámbito moral un pluralismo de opiniones y de comportamientos, dejados al juicio de la conciencia subjetiva individual o a la diversidad de condiciones sociales y culturales”.

Frente a estos errores y ambigüedades encontramos la invitación del Papa a no dejarse llevar por el vaivén de las mayorías y estar “dispuestos a un nuevo martirio: el martirio de quien, hoy como ayer, es llamado a ir contra corriente”, “para seguir al Cordero a dondequiera que vaya”.

La moral hay que fundamentarla. Debemos asentarla sobre principios sólidos. Nuestra tradición hunde sus raíces en la antigüedad griega, en las ideas de Sócrates, Platón y Aristóteles.

El mérito de Sócrates podemos situarlo ante todo en su insistencia sobre la necesidad de adecuar la ética a la razón.

El aporte de Platón, discípulo y amigo de Sócrates, podemos sintetizarlo en su idea del Sumo Bien , de la escala de bienes y de la virtud. Platón tiene el gran mérito de haber superado el relativismo de los sofistas, cosa que no logró Sócrates.

La gran contribución de Aristóteles consiste en afirmar que es “bueno” para el individuo aquello que es conforme a la “physis”, es decir lo que está de acuerdo con la naturaleza que le es propia al hombre.

La aportación de los romanos a la filosofía es aquella sabiduría jurídico positiva sin igual, que les permitió edificar un derecho que aún en nuestros días es fuente de inspiración para una normatividad justa.

Con referencia a la patrística podemos mencionar a algunos Santos Padres. Para Tertuliano hay una ley común a judíos y gentiles, que es el derecho natural. La naturaleza es la maestra del derecho natural y el alma su alumna.

San Ambrosio de Milán distingue dos naturalezas: una empírica, como se da en la realidad existencial llena de faltas y una buena naturaleza creada por Dios, que sirve de medida a nuestro obrar.

Con San Agustín el pensamiento cristiano desarrolla los principios de la citada epístola paulina y que elaboran los Santos Padres anteriores con relación a la ley natural.

En momentos excepcionales de la historia del mundo, está el pleno florecimiento de la Cristiandad medieval, bautizada por el Papa León XIII como la época gloriosa “en la que la filosofía del evangelio gobernaba los estados”. En esa época nace y vive el máximo exponente de la teología católica, Santo Tomás de Aquino.

Esta tradición, que abarca más de veinticinco siglos de la historia de la filosofía y teología moral de Occidente, se rompe con Kant, el cual también en la ciencia ética llevó a término la “revolución copernicana” al apelar al deber -el “imperativo categórico”-, y poner en la autonomía del hombre la razón última de la vida moral, pues “el hombre no debe nunca ser tratado como medio, sino como un fin”.

El profundo cambio de concepción moral a partir de Kant surge de colocar la totalidad de los elementos del juicio moral dentro del hombre mismo. Al ser incognoscible la naturaleza, no pueda ésta ser fuente cierta de orientación moral como veíamos hasta ahora.

Al presupuesto de que se debe seguir la propia conciencia se ha añadido indebidamente la afirmación de que el juicio moral es verdadero por el hecho mismo de que proviene de la conciencia.

La demanda de autonomía que se da en nuestros días no ha dejado de ejercer su influencia incluso en el ámbito de la teología moral católica.

Olvidando muchas veces que la razón humana depende de la Sabiduría divina y que, en el estado actual de naturaleza caída, existe la necesidad y la realidad efectiva de la divina Revelación y de la gracia, para el conocimiento de verdades morales incluso de orden natural, algunos teólogos católicos han llegado a teorizar sobre una completa autonomía de la razón en el ámbito de las normas morales relativas al recto ordenamiento de la vida en este mundo.

Algunos teólogos moralistas queriendo, no obstante, mantener la vida moral en un contexto cristiano, han introducido una clara distinción, contraria a la doctrina católica, entre un orden ético, de origen y valor solamente inmanentes y un orden de la salvación, para el cual tendrían importancia sólo algunas intenciones y actitudes interiores ante Dios y el prójimo.

Estos problemas tienen detrás una larga historia de traiciones a la tradición católica y al magisterio de la Iglesia denunciadas por varios Papas del pasado siglo XX. A fines del siglo XIX y principio del siglo XX el problema recrudece con la aparición del modernismo. su carácter propio es la indeterminación por lo que es difícil referirse al modernismo con precisión.

Esta advertencia esta colocada al comienzo de la respuesta contundente que dio San Pio X en su encíclica Pascendi de 1907: “Los modernistas establecen como base de su filosofía religiosa, la doctrina comúnmente llamada agnosticismo”.

Pio XII vuelve a ocuparse del problema frente a los intentos de la llamada “nouvelle theologie”. El deseo de conciliar los dogmas de la Iglesia de Cristo con la filosofía moderna no puede sino traer catastróficas consecuencias para la fe de los creyentes.

Este error del relativismo teológico continúa avanzando pese a las prevenciones y rechazos del magisterio de los Papas y así es como dos décadas después el P. Meinvielle, alarmado porque el ritmo de los cambios va a “modificar substancialmente toda la doctrina y la vida de la Iglesia Católica” debe ocuparse del problema en sus libros “De la Cábala al Progresismo” e “Iglesia y Mundo Moderno”.

“...los autores hablan de una nueva moral cristocéntrica, que tiene como idea central y suprema de la teología a Cristo en su naturaleza humana, a quien habría que imitar y seguir. Esta sería una moral “nueva”, “autónoma”, “dinámica”, “vital”, “verdadera” y “eficaz”; en contra de la moral tradicional, legalista, escolástica, heterónoma, de normas universales y abstractas, que no se acomodan con el progreso de la vida moderna”.

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