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    JUSTIFICACIÓN



TESTIMONIO Y ESPERANZA

"In te Domine, speravi..."

"En Tí, oh Señor, tengo puesta mi esperanza...".

La vida de los Santos incluye a hombres y mujeres de la historia de la Iglesia venerados por sus obras, tan variadas en el plano de las virtudes tanto sobrenaturales como naturales. En todos ellos se manifiesta una heroicidad, de una plenitud en la justicia, la fortaleza, la templanza, la prudencia, y en la fe, la esperanza y la caridad llevadas al máximo.

Los Santos son los personajes más grandes y sobresalientes que han forjado la historia de la Iglesia Militante, estrellas y soles radiantes de la Iglesia Triunfal y nuestros futuros compañeros en la Gloria Eterna. Ellos han elegido ser amigos de Dios y enemigos del demonio y del mundo como lo explica Alberto Caturelli:"... el mundo implica la vida de afincamiento definitivo, no era necesario esperar a Nietzche para saber que el espíritu del "mundo" significa el "sentido de la tierra" como opuesto al sentido del cielo, en otras palabras la inmanencia que excluye toda trascendencia". "El mundo cae bajo el poder del demonio y los hombres se revelan contra Dios. Por eso San Pablo contrapone el "espíritu del mundo" y el Espíritu de Dios (I, Cor. 2, 12) pues ser amigo del mundo es ser enemigo de Dios.

Son los Santos, los que mejor se han adherido al Espíritu de Dios, a través, de la imitación de Cristo, rechazando al espíritu del mundo que termina aniquilando la vida sobrenatural de la gracia a quienes han elegido una vida inmanente.

En medio de la debacle de lo Sagrado y de la constante crucifixión de Cristo por el mundo contemporáneo, los Santos se nos presentan como las huellas a seguir de un camino forjado por Cristo y reimpresas por los hombres que han sido sus verdaderos seguidores a lo largo de la historia de la Iglesia. Y, en medio, de la sociedad de hoy pletórica de tantos falsos ídolos introducidos por una publicidad dirigida a engañar y alejar de Dios para iniciar en el espíritu del mundo, ellos son los auténticos modelos a seguir.

Santos y Héroes, se nos revelan, como afirma Alfredo Sáenz: "con frecuencia atraen a pesar de no coincidir con los gustos predominantes en una sociedad dada, más aún atraen precisamente en el grado que contrarían y corrigen los errores del tiempo en que vive el que los admira..."

Los Santos y los Héroes se han distinguido por la práctica heroica de las virtudes, sin embargo, hoy más que nunca urge reafirmar a todos ellos. Es preciso rogar a Cristo para que aliente nuestra esperanza y evite la desesperación y el desaliento que sobrevienen por un lado por nuestras mismas faltas y por otro, de la embestida de aquellos que desean nuestro mal por el odio a Cristo y a su Iglesia, con la intención del abandono y olvido de Dios, orillando a las almas a la desconfianza.

La confianza heroica de los Santos se manifiesta igualmente por sus efectos: sostiene el valor y mantiene el animo de los que con ellos moran y suscita el hambre y sed de la justicia de Dios.

Por tal motivo el Concilio de Trento dice que debemos poner en Dios una confianza inquebrantable.

Junto a la esperanza, el cristiano, debe dar el testimonio de vida, librando el buen combate, como lo predican las siguientes palabras de Don José Vasconcelos, a propósito de la explicación sobre el lema del escudo de la Universidad Nacional Autónoma de México:

"Había que comenzar dando a la escuela el aliento superior que le había mutilado el laicismo, así fuese necesario para ello burlar la ley misma. Ésta nos vedaba toda referencia a lo que, sin embargo, es la cuna y la meta de toda cultura; la reflexión acerca del hombre y de su destino frente a Dios. Era indispensable introducir en el alma de la enseñanza el concepto de la religión, que es conocimiento obligado de todo pensamiento cabal y grande. Lo que entonces hice equivale a una estratagema. Usé de la vaga palabra espíritu , que en el lema significa la presencia de Dios, cuyo nombre nos prohíbe mencionar, dentro del mundo oficial, la reforma protestante que todavía no ha sido posible desenraizar de las constituciones del 57 y del 17. Yo sé que no hay otro espíritu válido que el Espíritu Santo; pero la palabra santo , es otro de los términos vedados por el léxico oficial del mexicano. En suma, por espíritu quise indicar lo que hay en el hombre de sobrenatural y es lo único valioso por encima por todo estrecho humanismo y también, por supuesto, más allá de los problemas económicos que son irrecusables pero nunca alcanzarán normar un criterio de vida noble y cabal".

"¿Qué es el escudo? El escudo es, en primer lugar, una protesta en contra de aquel pequeñito anhelo que arrodillaba a la juventud en lo que se llamó el altar de la patria jacobina. Altar sin Dios y sin santos. Altar en que muchas veces el caudillo sanguinario ha suplantado al héroe y al santo. Altar que, en todo caso, está cerrado con techos de concreto a la penetración de los efluvios que vienen de lo alto."

"En nuestro abolengo hay nombres envidiados de todas las naciones, como Dante Alighieri, magno poeta de todos los tiempos. En nuestro pensamiento hay torres como Santo Tomás y San Buenaventura. Y particularmente en la América nuestra, del Paraguay a California es el cordón Franciscano la disciplina de la obra civilizadora que todavía se prolonga y que nunca hubiera alcanzado realización sin el esfuerzo quijotesco que dio la conquista. Raza es, en suma, todo lo que somos por el espíritu: la grandeza de Isabel la Católica, la contrarreforma de Felipe II que nos salvó del calvinismo..."

"Mañana, en las horas del triunfo, las manos de las nuevas generaciones izarán el asta de otras banderas más gloriosas, bordadas, con las letras de oro de los principios eternos. Mi lábaro no estaba hecho para el lucimiento de los desfiles. Es un airón de combate. Nada importa que lo borren de las placas que escribe la adulación y de los membretes del papeleo burocrático y de los estandartes que encabezan las procesiones del servilismo. Mi encargo es: que el actual escudo, con su lema, que lo dejes plantado en la trinchera más expuesta y bajo el fuego tupido de la metralla".

 

No se puede llegar a la Santidad sin recurrir constantemente a nuestro Señor Jesucristo, el Camino, la Verdad y la Vida. A sus Sacramentos.

Y tampoco, sin pasar por la Santísima Virgen María a quien la Iglesia llama Mediadora de todas las gracias.

José Vasconcelos y el espíritu de la Universidad. Prefacio y selección de textos de Javier Sicilia. Universidad Nacional Autónoma de México. México, 2001. ("Los motivos del escudo". Pp 172 - 173).

 


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