FORO INTERNACIONAL FE Y CIENCIA

“Virgen Santísima de Guadalupe: Vida, Dulzura y Esperanza Nuestra”

JUSTIFICACIÓN

Pareciera innecesario justificar el tema del presente foro cuando es la misma Santísima Virgen de Guadalupe, no sólo su inspiración, sino su esencia, su palabra, su trascendencia, que Dios quiere que sea exaltada: Sí, Dios quiere, como inspiradamente lo enseña San Luis Ma. Grignon de Montfort, que su Madre Santísima, sea ahora más conocida, amada y honrada que nunca.

La importancia que la Guadalupana reviste para todos los católicos, especialmente los mexicanos, no requiere de argumentos. Se trata simplemente de nuestra Madre, la mediadora de la vida sobrenatural en nuestra alma como constitutiva del ser nacional. Y como hijos cariñosos, nos enorgullece hondamente que sea Ella, nuestra Reina, el motivo de nuestras reflexiones, nuestras certezas y convicciones más profundas. La maravillosa estampación que Nuestra Señora hizo de Su imagen en la tilma de Juan Diego, es un primoroso, inigualable e inmerecido obsequio de Dios para nuestro pueblo; una generosa fineza de María Santísima al quedarse entre nosotros y un tiernísimo consuelo para todas nuestras penas y aflicciones.

Durante cinco siglos, la Virgen de Guadalupe ha sido el centro de nuestra nacionalidad. Para plasmar la belleza de esta morenita Virgen y Madre, han abundado pinceles; para ensalzar su humildad, su pureza y su amor, han resonado las voces de sus elocuentes amantes; para agradecer los favores concedidos, se ha desbordado el amor guadalupano, para reconocer su misteriosa intervención en la historia patria, han sobrado plumas, y para venerarla, como la Bendita Madre de Dios, el suelo mexicano le ha erigido innumerables templos, desde los cuales en un lenguaje mudo pero elocuente, resuenan los ecos del mensaje dado al mundo por medio de Juan Diego. Sin embargo, la Virgen de Guadalupe no es sólo el emblema glorioso de nuestro origen y pasado; la Virgen de Guadalupe vive actualmente con su inmaculado corazón amoroso.

Ella forjó la nación mexicana y el resto de los pueblos hispanoamericanos y es la protagonista de su historia: “¿Que no estoy yo aquí que soy tu Madre?”.

En la actualidad México se bate entre las ansias y sueños de una auténtica libertad –la libertad en la verdad y en el bien-, y entre las fuerzas oscuras que lo empujan hacia el abismo, mediante una vergonzosa degradación moral que tiene postrados a muchos en la corrupción, en la violencia, en la desintegración familiar, en el aborto, en la homosexualidad, en el satanismo, etc., y lo que es peor en el olvido o negación de la fe, la desesperanza y el enfriamiento de la caridad. Es por causa de esta decadencia que estamos postrados ante la antropolatría sugerida desde el principio por la serpiente infernal: “Non serviam”.

Hispanoamérica, otrora rama viva de la Cristiandad, noble, sana y valiente, yace religiosa, moral, económica y socialmente enferma, herida por las consignas internacionales que pugnan por un recalcitrante laicismo, por un supracapitalismo implacable y por perversas costumbres contra natura. Pero, más nocivas que las imposiciones del Nuevo Orden Mundial, han sido nuestras propias claudicaciones, porque hemos renunciado a vivir de acuerdo a los principios de la verdadera fe.

Nos asfixia una atmosfera de feroz agnosticismo y nihilismo que amedrentan la necesaria defensa del catolicismo con sus consecuencias en la vida pública. Asistimos a episodios gravísimos como nunca del combate decretado por Dios en el Génesis, que bien pronto esperamos culmine con la victoria anunciada en el Apocalipsis.

La crisis mayor de nuestro tiempo, y no sólo de México, sino del mundo entero, es el impresionante y vertiginoso olvido de Dios. ¿A dónde conduce esta vorágine? ¿Qué puede esperarse de este terrible “vacío de Dios”? La Revelación Divina, a través de los Evangelios y del Apocalipsis nos hablan de que esta Apostasía será el fin catastrófico para casi toda la humanidad, como preludio de la triunfante venida del Rey y Juez, Nuestro Señor Jesucristo.

“Cuando estas cosas comenzaren a suceder, cobrad ánimo y levantad vuestras cabezas, porque se acerca vuestra redención…” (Lucas XXI, 28)

Y en el andar de estos tortuosos tiempos apocalípticos, cuyo término lo tiene reservado Dios Padre, los cristianos han levantado los ojos al cielo para implorar su auxilio. La Santísima Virgen María es el auxilio que Dios envió a los hombres, así un 12 de diciembre de 1531 apareció Nuestra Señora de Guadalupe, semejante a la Mujer a que se refiere el Apocalipsis: “Y una gran señal apareció en el cielo; una mujer revestida del sol y con la luna bajo sus pies y en su cabeza una corona de doce estrellas, la cual hallándose encinta…” (Ap. XII, 2). Nuevamente La Virgen María se nos hizo presente en La Salette en 1846, en Lourdes en 1858 y de nueva cuenta en Fátima en 1917. Si Santa María de Guadalupe estableció su trono entre los mexicanos; si evangelizó al Anahuac idólatra; si cobijó a todos los pueblos nativos y enemigos unos de otros; si rescató a los indígenas de la fatalidad histórica que los apesadumbraba para darles la luz de la Fe, y significarse como Esperanza de los colonizadores y fortaleza de los misioneros, promotora de la Caridad que permitió el mestizaje y el nacimiento de una nueva rama de la Cristiandad; si inspiró a la gesta cristera para preservar la libertad de la Iglesia de quienes querían destruirla; hoy no podemos dudar que está presente en la actual coyuntura ante la pretensión permanente de las fuerzas del mal que una vez más embisten con furor contra los hijos entregados de la Madre Dolorosa del Calvario, entonces, la Virgen de Guadalupe está viva hoy y siempre, en los corazones de todos cuantos la invoquen. Ella puede descender a nuestra sociedad descristianizada para colocar de nuevo a su Hijo Divino como Rey del universo, a unirnos en la verdadera fe. Ahí está en lo alto del Tepeyac como lo estuvo en lo alto del monte calvario para que todos la aclamemos como “Vida, dulzura y esperanza nuestra”. Usemos nuestros rosarios como arma de combate. Sólo hagamos lo que Ella nos pide…

 
 

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