Relatoría
LA VIRGEN MARÍA, LA FAMILIA Y LA PATRIA
Fecha:
Domingo 10 de Octubre
Hora: 10:00 hrs.
Conferencia: La Virgen María, la Familia y
la Patria
Expositor: Dr. Antonio Caponnetto
Moderador: Lic. Juan José Leaño Espinosa
Relatores: Ing. Jaime Hernández Ortiz, Ing.
Q. Antonio Angulo Favela
De tres
modos diversos y complementarios, la Virgen María
se presenta ligada a nosotros, a nuestras familias
y a nuestras naciones. Por la Creación, y a
partir de la Creación; por su vida terrena
ejemplar, y por sus títulos sobrenaturales,
que son otros tantos dogmas de nuestra Fe.
En
el misterio creacional, el Dios que lo crea es Uno
y Trino a la vez. Es, en rigor, una familia trinitaria,
puesto que Dios es Padre y es Hijo, y es amor inescindible
entre ambos, esto es, Espíritu Santo. Pues
bien, en este instante inaugural y primero, ya estaba
presente María, en tanto hija de Dios Padre,
Madre de Dios Hijo y Esposa del Espíritu Santo.
Por eso ha dicho San Luis María Grignon de
Montfort, que la devoción mariana “está
profundamente radicada en el misterio trinitario”.
No sólo lo está en el Origen; también
lo estará al final, cuando sean “renovadas
todas las cosas” (Apo. 21,5), ya que esa nueva
creación consistirá en la reunión
del mundo con la Trinidad. Si es cierto y lo es, aquello
que enseñaban los Santos Padres, de que la
Sagrada Familia es figura de la Santa Trinidad, y
que la Sagrada Familia es modelo de todo hogar humano,
pues entonces María –corazón de
esa familia sacra- no puede sino presentársenos
como arquetipo de amor conyugal, filial y materno.
Pero
en tanto creatura que vivió en un tiempo y
en un espacio concreto, la Virgen ha tenido una vida
terrena ejemplar, jalonada de misterios, de milagros
y de gracia. Todo lo que Ella hace durante esa vida
terrena, y todo lo que Dios hace con Ella, la convierten
en un ejemplo y en una guía para nuestros hogares.
Contemplemos entonces su nacimiento, en un hogar que
parecía condenado a la infecundidad. Y valoremos
la misión de los cónyuges, abiertos
a la transmisión de la vida. Contemplemos su
santo y dulce nombre – más dulce a la
boca que la miel, según San Antonio de Padua
– y descubriremos sus profundos significados:
Señora y Soberana, Estrella del Mar. Por eso
conduce a buen puerto, socorre en el naufragio y guía
a los que están embarcados. Contemplemos su
crianza y juventud, ordenada a servir y a obedecer,
a abandonarse a la Providencia Divina; y comprenderemos
la importancia de cumplir humildemente con nuestros
deberes de estado. Contemplemos asimismo su noviazgo
castísimo, sus posteriores nupcias con José,
y gozaremos advirtiendo la plenitud de la femineidad,
el don de la indisolubilidad del matrimonio, el testimonio
irrecusable de que la plena realización de
la mujer está en el universo de su casa. Contemplemos
a Nuestra Señora del Buen Parto, puesto que
su maternidad no fue aparente, como decían
los herejes docetistas, sino real, como lo ratificó
el Concilio de Efeso. Y si alguna vez nos tocara decir
como San Ignacio de Antioquia ante su muerto: “mi
parto es ya inminente”, que la Virgen sea nuestra
partera , ayudándonos a dar buena lumbre y
mejores frutos. Contemplemos a María en la
peripecia, en la huida ante las persecuciones, en
las privaciones de cada día, siempre firme
en medio de las adversidades y de las estrecheces;
en el momento asombroso en el cual, bajo su mediación,
el agua de Caná se convirtió en vino.
Y defenderemos el hoy tan atacado matrimonio cristiano,
sabiendo que por la mediación de la Virgen
alcanzó el rango de magnum sacramentum, como
la llama San Pablo. Contemplemos en fin, a María
al pie de la Cruz, porque es el único modo
de aprender esa “lección del callar doliente”
de la que habla José María Pemán.
En
tercer lugar, aclarábamos, María Santísima
se nos une a nuestras patrias y familias, por medio
de sus títulos. Su inmaculada concepción
nos recuerda que, así como Dios eligió
su casa y la quiso pura, pura y limpia hemos de tener
la nuestra, libre de toda contaminación espiritual.
Su virginidad perpetua nos dará ánimos
para educar a nuestros hijos en la reivindicación
de la castidad. Su condición corredentora nos
llevará al primer acto de su corredención,
cuando visitó a su prima Santa Isabel, y el
niño que ella llevaba en su seno saltó
de gozo al descubrir su presencia. Así hemos
de saltar de gozo con cada presencia mariana. Su asunción
en cuerpo y alma a las alturas, nos tiene que elevar
y rescatar del oprobio, “como perfecta piedra
imán al cielo”, canta Fray Luis de León.
La
Virgen está y debe seguir estando unida a nuestras
patrias hispanoamericanas, como lo quisieron los padres
fundadores de la estirpe. De hecho, muchas son las
advocaciones marianas que han quedado asentadas en
el pueblo fiel, a lo largo y a lo ancho de toda nuestra
geografía continental. Para entenderlo aquí,
en México, nos basta volver la vista, desde
cualquier ángulo territorial en que nos hallemos,
hacia el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe.
Emperatriz
de América, Reina de México, Señora
y Soberana de estos poblados que, a fuerza de coraje
y gallardía, Hernán Cortés integrara
a la Historia Universal. Tú quisiste quedarte
en la tilma de Juan Diego, para que los indios todos
comprendieran que tenían en ti una madre protectora.
Tú te hiciste milagro de la flor y del color,
de la luz y de la altura, para que todo el continente
volviera los ojos hacia tu manto. Fuiste Capitana
en la lucha sin par de los gloriosos cristeros. Y
ellos partían a la lid entonando esta copla:
“Tropas de María /sigan la bandera /
no desmaye nadie / vamos a la guerra!” Virgen
de Guadalupe. Como a aquellos legendarios cruzados
que regaron su sangre por defender los derechos de
Dios, danos el temple, la fortaleza, la esperanza
y la disposición al martirio.
“Ayer,
Alba en el alba subiste presurosa
por
servir a tu prima, cual sierva ante los siervos,
hoy
a México bajas, cual Rosa Misteriosa,
para
anunciar al indio que en sus ratos acervos
jamás
estará solo; porque jamás, oh Madre,
has
sido en nuestra historia cobarde subterfugio;
porque
Tu eres la escala ante el Hijo del Padre:
¡Tú
el regazo y el puente, Tú defensa y refugio!
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