Del 27 al 29 de octubre de 2006
en el Gimnasio de la Universidad Autónoma de Guadalajara

Relatoría Séptima Conferencia

Fecha:

Sábado 28 de Octubre

Hora:

12:30

Conferencia:

Héroes y Santos en la Iglesia: San Pío X (último Papa Santo)

Expositores:

Dr. Miguel Ayuso

Moderador:

Lic. Bernardo Castillo

Relatores:

Prof. Manuel Vargas
Dr. Adrián Tirado

«Restaurarlo todo en Cristo, a fin de que Cristo sea todo en todos (cf. Ef 1, 10 y Col 3, 11)... En estas palabras se puede resumir el programa del pontificado de San Pio X.

Una de las principales preocupaciones de Pío X, expresada en la encíclica Acerbo animis, del 15 de abril de 1905, es asegurar el conocimiento y la transmisión de la fe por medio del catecismo que hasta hoy lleva su nombre.

La caridad de José Sarto con todos quedó de manifiesto desde los primeros años de su sacerdocio, hasta el punto de convertirse en legendaria: era diligente en darlo todo y nunca tenía una moneda en el bolsillo, y se le conoció de cuna pobre y de vivir como tal.

La llamada a ejercer la mayor de las cargas en la Iglesia no le hizo perder la bondad ni la humildad, sobre todo con respecto a las personas de modesta condición. Se sentía responsable de la suerte de todos los desdichados, y daba sin llevar la cuenta. En una ocasión en que le aconsejaron que moderara la caridad para no dejar en la bancarrota a la Iglesia, él mostró ambas manos y respondió: «La izquierda recibe y la derecha da. Si doy con una mano, mucho más recibo con la otra». Esa inagotable caridad procede de su unión íntima con Dios. El cardenal Merry del Val, su secretario de estado, presentó el siguiente testimonio: «En todos sus actos, se inspiraba siempre de pensamientos sobrenaturales, y manifestaba que estaba unido a Dios. En los asuntos más importantes, dirigía la mirada al crucifijo y se inspiraba en él; en caso de duda, aplazaba su decisión y tenía costumbre de decir, mirando siempre hacia el crucifijo: «Él lo decidirá»».

Pío X publica el 3 de julio de 1907 el decreto Lamentabili, que enumera los errores modernistas; dos meses más tarde, la encíclica Pascendi, en la cual expone magistralmente en qué resulta contrario el modernismo a la sana filosofía y a la fe católica.

«No os dejéis engañar por las sutiles declaraciones de quienes no cesan de afirmar que quieren estar con la Iglesia, amar a la Iglesia, luchar para que el pueblo no se aleje de ella... Sino que debéis juzgarlos según sus obras. Si desprecian a los padres de la Iglesia e incluso al Papa, si intentan por todos los medios sustraerse a su autoridad a fin de eludir sus orientaciones y sus opiniones...,
¿de qué Iglesia intentan hablar esos hombres? Ciertamente, no de la que se construyó sobre los cimientos de los apóstoles y profetas, siendo la piedra angular el mismo Cristo Jesús (Ef 2, 20)».

Algunos escritores han presentado al Papa Pío X como a un enemigo del progreso, de tal forma que su pontificado habría estado polarizado por «la caza a los modernistas». Por eso lo definía el Santo Padre como la síntesis y la confluencia de todas las herejías que intentan destruir las bases de la fe y aniquilar el cristianismo.
La promoción del Arte es otro de sus grandes méritos.
«Es necesario que mi pueblo rece en la belleza», suele decir nuestro santo. Al constatar que la música sacra no siempre alcanza su objetivo, que consiste en resaltar el texto litúrgico y en predisponer de esa manera a los fieles a una mayor devoción, el Papa, sin excluir otras formas legítimas de canto sacro, recuerda en el Motu Proprio Tra le sollecitudini del 22 de noviembre de 1903, que el canto gregoriano colabora muy especialmente a la finalidad de la liturgia: la glorificación de Dios y la santificación de los fieles. Por eso precisamente anima a la restauración de ese tipo de canto.

Abre la posibilidad de la comunión frecuente, e incluso diaria, para todos los que la desean. Les basta con estar en estado de gracia y con tener recta intención, es decir, comulgar «no por costumbre o vanidad, o por motivos humanos, sino para dar satisfacción a la voluntad de Dios, unirse a Él de manera más íntima mediante la caridad y, gracias a ese divino remedio, luchar contra los propios defectos e imperfecciones». Pío X autoriza a los niños a tomar la primera comunión nada más tener uso de razón. Hasta ese momento era costumbre esperar hasta la edad de 12 ó 13 años. El Papa considera dicha reforma como una gracia inestimable para las almas de los niños. «La flor de la inocencia, antes de ser tocada y mancillada, irá a cobijarse cerca de Aquél a quien le gusta vivir entre los lirios; implorado por las almas puras de los niños de corta edad, Dios reprimirá su brazo de justicia». Con toda razón, pues, se llama a veces a san Pío X «el Papa de la Eucaristía».

Para responder científicamente a las objeciones de la ciencia y de la exégesis modernista, el Santo Padre funda en 1909 el Instituto Bíblico, otorgándole la misión de profundizar en los estudios de orden lingüístico, histórico y arqueológico, favoreciendo de ese modo un mejor conocimiento de las Sagradas Escrituras. Está firmemente convencido de que nada tiene que temer la Iglesia de la verdadera ciencia, y de que los métodos de investigación más modernos pueden y deben ponerse al servicio de la fe.
En los comienzos de su pontificado, Pío X escribía: «Buscar la paz sin Dios resulta absurdo». Desde hacía tiempo había previsto y predicho a menudo una gran guerra entre las naciones europeas, por lo que multiplica sus gestiones diplomáticas para evitar esa tragedia. A pesar de todo, el verano de 1914 estalla la primera guerra mundial. El corazón del Santo Padre se rompe en pedazos y, en medio de su congoja, repite día y noche: «Ofrezco como sacrificio mi miserable vida para impedir la carnicería de tantos hijos míos... Sufro por todos los que caen en los campos de batalla...». El 15 de agosto, un malestar general se apodera de él, y el 19 se encuentra a las puertas de la muerte. «Me entrego en manos de Dios» –dice con una tranquilidad sobrenatural. Hacia mediodía le administran los últimos sacramentos, que recibe, tranquilo y sereno, con lucidez de espíritu y admirable devoción.

El 20 de agosto de 1914, a la una de la madrugada, santiguándose lentamente y juntando las manos, como si estuviera celebrando la Misa, y tras besar un pequeño crucifijo, el Sumo Pontífice entra en la vida eterna.

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