Del 27 al 29 de octubre de 2006
en el Gimnasio de la Universidad Autónoma de Guadalajara

Relatoría Décima Conferencia

Fecha:

Domingo 29 de Octubre

Hora:

10:00

Conferencia:

Importancia de los Modelos en la Formación Humana

Expositores:

Dr. Antonio Caponnetto

Moderador:

Lic. Juan José Leaño Espinosa

Relatores:

Ing. Jaime Hernández Ortiz
Dra. Teresita Castillo de Sáinz

La disolución de los arquetipos

El tiempo presente se caracteriza por el desprecio del valor de los arquetipos, prefiriendo la masificación y el inmanentismo. La masificación no es sólo un fenómeno sociológico, sino una enfermedad del ser, que se caracteriza por la preeminencia de lo cuántico y lo numérico, sobre lo trascendente y lo metafísico, que lleva incluso a odiar lo sobrenatural.  El inmanentista adula y glorifica al ídolo, al hombre ordinario y vulgar. Rechaza al santo, al héroe, al sabio, al mártir o al poeta.

Una de las consecuencias es que el inmanentismo y la masificación llevan a una concepción de la historia y de la pedagogía en donde la ausencia de la contemplación de los grandes modelos no da lugar a lo superior, lo egregio o lo magnánimo. Se concibe la historia como mecánica, una lista de realizaciones materiales en la que son protagonistas las estructuras, pero de la que está ausente Nuestro Señor Jesucristo o los hombres que libraron sus batallas.

A su vez esta soledad inmanentista conduce a una historia que tuerce el rumbo del ser  del acontecer, hasta caer en una fenomenología historicista, reprobada por los papas. Los historicistas de estas corrientes explican a la inversa la historia, diciendo que los héroes deben ser reemplazados por las masas. Además, sostienen expresamente que los héroes y los santos son patologías y que la historia debe ocuparse sólo de lo cotidiano, lo colectivo y lo cuantitativo.

Entre otras respuestas a este desprecio de lo que realmente tiene valor, debemos contestar que la civilización no es hija del número, pues al principio fue el Verbo. Y que lo que importa a la historia no son los valores cambiantes, sino el testimonio de los paradigmas inmutables.

Explicando la arquetipicidad
           
El valor de los arquetipos tiene que ver con la importancia de un yo ideal, de un deber ser que unifica, dirige y estabiliza la personalidad. El ideal contiene un valor, o un bien. Y ese valor o bien nos define, y nosotros tratamos de encarnarlo. Muchas veces lo que el hombre ha querido ser muestra lo que el hombre es.

La mayor motivación es la imagen del ideal. Y éste, además de ser una categoría psicológica, es una categoría esencialmente moral. El grado de nobleza de un hombre está en relación directa de qué tanto puede alejarse de sus debilidades, y hasta dónde busca sus ideales superiores y magnánimos.

La mejor explicación de la  misión formativa de los modelos o arquetipos, es el papel que juega la admiración en nuestras vidas y en nuestro perfeccionamiento moral. Para los cristianos, la admiración es el principio de la actitud teológica. Porque admirar la obra del Creador es admirarlo, y, reconociendo su majestad, amarlo.

El cristiano, frente a los arquetipos, es una creatura capaz de admirarse, y por esa admiración, capaz de acercarse al Modelo. Por eso hay que dar lugar en nuestros corazones a los Arquetipos, especialmente cuando son desdeñados y rechazados por el mundo.

La perentoriedad e inevitabilidad de los Modelos.

En el fondo de su alma, ningún hombre se conforma con una vida trivial. Puede caer una y otra vez en la tibieza, pero siempre lo acosan los remordimientos. El cristiano no puede, ni debe vivir sin grandes modelos de conducta, tomados de la Historia Universal, de la Sagrada Escritura, de la Hagiografía, y también modelos salidos de nuestro entorno inmediato, espacial y temporal. Los mártires cristeros son modelos a los que debemos redoblar nuestra admiración y nuestro homenaje.

Cristo:  Suprema causalidad ejemplar

Estos arquetipos humanos, están a su vez ordenados a la contemplación del Arquetipo Divino. Para el cristiano, por lo tanto, la opción por los grandes modelos sólo se trata de una adhesión incondicional a Dios. Un Dios que “se hizo carne y habitó entre nosotros”, y que parte los tiempos en antes de Cristo y después de Cristo.

El seguir a Cristo implica una renuncia fundamental. El que quiere ser grande debe empezar por hacerse pequeño, y tener como base la humildad. Seguir a Cristo es no buscar la gloria, sino escoltarlo, conscientes de que se debe combatir sin tregua y estar dispuesto a caer en el intento.

Por eso la historia, para el cristiano, es imperativo de santidad, desafío de fidelidad, y esfuerzo de emulación. La Ejemplaridad insondable de Dios Uno y Trino es la que llama. Y es el hombre, por su libre voluntad, el que rechaza o decide recorrer el camino de los elegidos.

Así que la disyuntiva de la historia es ésta: O se reduce a una recopilación de datos cuantitativos, o se propone reencontrar lo que el hombre ha aspirado en lo ético y en lo espiritual, capaz de elevarlo al rango de arquetipo. No negamos que la alternativa primera sea necesaria; pero sí negamos la explicación de la calidad por la cantidad. Negamos la omisión de la Causalidad Ejemplar de Dios en la historia y en el presente. Y el reduccionismo de la historiografía moderna que quiere suprimir la especulación filosófica y la iluminación teológica.

Para emprender esa tarea restauradora, el hombre debe volver a la virtud de la magnanimidad, que es el apetecer lo extraordinario y hacerse merecedor de ello. Es el “compromiso que voluntariamente se impone el espíritu de tender hacia lo sublime”.

Y el Magnánimo por excelencia es Cristo. Por lo tanto, la meta arquetípica de la actividad individual y comunitaria del cristiano, es seguir a Cristo y siguiéndole a Él  y a su Santísima Madre, Modelo de plenitud y gracia, podrá el cristiano rescatar el verdadero sentido de la historia y la importancia de los modelos en la educación.

 

 

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